miércoles, marzo 21, 2007

La clave del terrorismo vasco

Hace ya tiempo encontré en un texto de Borges la explicación del incomprensible terrorismo vasco.
El texto es el siguiente:

Un problema

Imaginemos que en Toledo se descubre un papel con un texto arábigo y que los paleógrafos lo declaran de puño y letra de aquel Cide Hamete Benengeli de quien Cervantes derivó el Don Quijote. En el texto leemos que el héroe (que, como es fama, recorría los caminos de España, armado de espada y lanza, y desafiaba por cualquier motivo a cualquiera) descubre, al cabo de uno de sus muchos combates, que ha dado muerte a un hombre. En este punto cesa el fragmento; el problema es adivinar, o conjeturar, cómo reacciona don Quijote.
Que yo sepa, hay tres contestaciones posibles. La primera es de índole negativa; nada especial ocurre, porque en el mundo alucinatorio de don Quijote la muerte no es menos común que la magia y haber matado aun hombre no tiene por qué perturbar a quien se bate, o cree batirse, con endriagos y encantadores. La segunda es patética. Don Quijote no logró jamás olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de historias fabulosas; ver la muerte, comprender que un sueño lo ha llevado a la culpa de Caín, lo despierta de su locura acaso para siempre. La tercera es quizá la más verosímil. Muerto aquel hombre, don Quijote no puede admitir que el acto tremendo es obra de un delirio; la realidad del efecto le hace presuponer una pareja realidad de la causa y don Quijote no saldrá ya nunca de su locura.
Queda otra conjetura, que es ajena al orbe español y aun al orbe de Occidente y requiere un ámbito más antiguo, más complejo y más fatigado. Don Quijote –que ya no es don Quijote sino un rey de los ciclos del Indostán- intuye ante el cadáver del enemigo que matar y engendrar son actos divinos o mágicos que notoriamente trascienden la condición humana. Sabe que el muerto es ilusorio como lo son la espada sangrienta que le pesa en la mano y él mismo y toda su vida pretérita y los vastos dioses y el universo.

Creo que en la tercera hipótesis es donde está la explicación del inexplicable terrorismo vasco. Casi mil muertos reales no pueden ser obra de un delirio. La realidad de estos muertos les hace presuponer una pareja realidad de las causas. Los terroristas vascos nunca saldrán de su locura.

Etiquetas:

martes, marzo 06, 2007

La desfloración de Ángela Vicario

Los poetas a veces no ven lo que tienen delante de las narices; y Gabriel García Márquez lo es de manera extremada y singular.

En Crónica de una muerte anunciada trata de reconstruir el asesinato [nunca lo llama así] de Santiago Nasar. Para ello recoge, veintisiete años después de los hechos, multitud de testimonios contradictorios y estudia los documentos del juicio de los asesinos [tampoco los llama nunca de esta manera] y de la brutal autopsia.

Pero un velo de magia y lirismo se interpone entre los ojos de García Márquez y todo lo que miran. Incluso el asesinato [la muerte anunciada] de un joven guapo, alegre y querido, destazado como un cerdo, se convierte en una bella y mítica tragedia.

En la reconstrucción de los hechos, uno fundamental queda en la ambigüedad. A Santiago Nasar le matan los hermanos Pedro y Pablo Vicario obligados por una cuestión de honor: su hermana Ángela Vicario es devuelta a casa la noche de su boda con Bayardo San Román porque no es virgen. A la pregunta de sus hermanos [la levantan en vilo por la cintura, la sientan en la mesa del comedor y le preguntan temblado de rabia] contesta que Santiago Nasar.

¿Miente o dice la verdad Ángela Vicario?

Según García Márquez el sentir general es que no podía ser verdad. Nunca se la había visto con Santiago Nasar. Además, este siempre se había mostrado despreciativo -“tu prima la boba”- y, sobre todo, durante la larga fiesta de la boda mostró la mayor de las despreocupaciones y se llevó una sincera y fatal sorpresa cuando –el último de toda la población- se entera de que lo van a matar.

Sin embargo, a poco que levantemos el velo de magia y poesía con que Gabriel García Márquez envuelve el suceso, queda claro que dice la verdad.

Ángela Vicario es la principal responsable de la muerte de Santiago Nasar. Se niega a engañar a Bayardo San Román y, con esa “pura decencia” que le impide –sólo en el último momento- engañar a su marido y con su denuncia posterior, firma la sentencia: “lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre”.

Ángela Vicario (a lo mejor, sin saberlo ella misma) quiere castigar a Santiago Nasar.

Vive en un mundo machista pensado para los hombres. Su implacable, rigurosa y estúpida madre, Purísima del Carmen, la ha educado –como al resto de sus hermanas- de la manera más guardada y tradicional. La virginidad es el valor supremo, porque son los deseos de los hombres lo único que importa –“cualquier hombre será feliz con ellas, porque han sido educadas para sufrir”-

Santiago Nasar, sin embargo, es un mimado de la fortuna –sobre todo porque es un hombre-. Tiene una novia formal; a los quince ya ha tenido un tormentoso y apasionado amor con María Alejandrina Cervantes, que regenta el burdel; Divina Flor, la criada casi niña, se sabe destinada a su lecho –como su madre lo había estado al del padre de Santiago-... Un fugaz encuentro con Ángela –probablemente una violación- en algún descuido del rigor de hierro de Purísima del Carmen bien pudo ser posible. Así como que para Santiago Nasar tuviera tan poca importancia que incluso llegara a olvidarlo.

¿Quiere Ángela castigarlo por ser hombre? ¿Quiere volver el machismo contra sí mismo?...

Las mejores y más listas de las mujeres de este mundo mítico se rebelan calladamente contra ese machismo y sus valores. Así, las amigas de Ángela, que le enseñan cómo disimular la pérdida de su virginidad y, sobre todo, la madre de García Márquez, Luisa Santiaga, que, cuando critican como una profanación de los símbolos de la pureza que Ángela se atreviera a ponerse el traje y el velo blanco, ella la defiende y aprecia ese intento de jugar hasta el final sus cartas marcadas como un acto de valor. Sus ideas sobre el honor las expresa con bellas y certeras palabras: “hombres de mala ley, animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias.”

¿Es Ángela Vicario de las mejores y más listas, de las que se rebelan –calladamente, porque de otra manera es imposible- contra ese machismo que lo impregna todo?

En realidad, no.

Hasta la noche de su boda no parece tomar las riendas de su propia vida y a partir de esa noche es la arrebatadora pasión por su marido lo que le va a dar sentido. Pero en esa pasión ella juega, con gozo, desprendimiento y exageración, el papel tradicional de la mujer.

En el último momento no utiliza los trucos que sus amigas le habían aconsejado, porque Bayardo San Román, que había tenido la desgracia de casarse con ella, no tenía la culpa; y ella no podía hacerle esa porquería. Pero ese engaño sólo es una porquería desde los valores machistas dominantes. Sólo desde esos valores Bayardo queda como un personaje digno de escarnio. Ángela asume esos valores y ve como una afrenta al hombre del que se acaba de enamorar ya para siempre, que otro haya disfrutado antes de su cuerpo de ángel, y decide dejarse matar antes que engañarlo.

Luego, desde el exilio le escribe cartas, circunspectas y educadas al principio, pero cada vez más apasionadas y, por fin, obscenas y desvergonzadas [¡quién pudiera, ay, leer alguna de esas cartas finales que el imbécil de Bayardo no abre!]. En esa pasión sublima los valores tradicionales y machistas que, paradójicamente, van a suponer su liberación: “se volvió lúcida, imperiosa, maestra de su albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no reconoció otra autoridad que la suya, ni más servidumbre que la de su obsesión”.

*

No retiro lo dicho al principio pero... los novelistas tienen una mirada aguda y ven lo que los demás no sabemos ver; y García Márquez lo es de manera extremada y singular.

Etiquetas:

eXTReMe Tracker Creative Commons License