martes, octubre 17, 2006

Bates de béisbol como películas

He visto una película y media de Lars von Trier. Tanto la película como la media película han sido como golpes con un bate de béisbol en la cabeza.

La primera que vi fue Rompiendo las olas. Para mí, a quien superproducciones como Troya o Piratas del Caribe ya me parecían obras de arte, supuso el descubrimiento de otra manera de hacer cine y de un artista genial pero inmisericorde. La película te estruja el corazón. Cada capítulo es una vuelta de tuerca. Parece que ya no hay rosca para seguir apretando, pero sigue otra vuelta, y otra... Mi corazón, que es blando y ya no está para esos trotes, no aguantó y no pude terminar de verla. Una amiga más joven y fuerte me contó el final.

La segunda, Dogville, la vi entera; y ha sido otro golpazo con el bate. (En realidad la he visto tres veces; para la segunda y la tercera, ya me puse casco.)
Es una fábula y esta podría ser su moraleja: no se puede transigir con el mal; y el mal es la sociedad occidental, cuya cobardía, mezquindad y egoísmo no se pueden medir; tan malvada, que no tiene arreglo; sólo el fuego y la destrucción.

Aunque es muy distinta de Rompiendo... tiene una estructura similar: pequeños capítulos, cada uno de los cuales es una vuelta de tuerca. Llegamos con Nicole Kidman a un pequeño pueblo y vemos los pequeños defectos y las debilidades de sus habitantes; y sentimos un cariño condescendiente por ellos. Pero los vamos conociendo mejor y vemos primero hasta donde llegan su mezquindad y egoísmo; después comprobamos su maldad de explotadores sin entrañas; y, por último, su fragilidad y debilidad (de las que ellos está ajenos). Al final, la destrucción de semejante nido de mezquindad y maldad produce un placer que el espectador no se puede disimular a sí mismo.

Lo malo de esta fábula es que nos reconocemos en los habitantes de ese pueblo, ninguno de los cuales merece la salvación. Nos hemos reconocido en ellos cuando los veíamos entrañablemente débiles y vulnerables y cuando los vemos como los miserables y absolutamente dañinos personajillos que son, lo seguimos haciendo.

Como en toda fábula, en la de este Isaías moderno, los personajes y la historia están al servicio de la enseñanza moral y todo está pensado y medido para que la lección surta efecto y se nos quede grabada.
Dos detalles que merecen comentario por su eficacia: la elección de una rubia y bellísima Nicole Kidman para encarnar al personaje que viene de fuera -es imposible no identificarse con ella y que no te ahogue la rabia y la indignación por el trato que le dan (que le damos)-; y la voz del narrador, que a pesar de su objetividad, tiene un cariñoso y condescendiente tono irónico que es fundamental para que nos identifiquemos ingenuamente con los habitantes de este pueblo perro y, cuando lo que va narrando –sin modificar el tono- empieza a horrorizarnos ya es demasiado tarde, porque ya, irremisiblemente, nos hemos identificado con esos desalmados y cobardes verdugos.
También es eficaz la última advertencia moral: el pueblo es mucho más frágil de lo que sus habitantes creen, en cualquier momento puede llegar la destrucción.

A pesar de que la película me parece una sombría y bella obra maestra, no estoy muy de acuerdo con ella. Quizá en otro post me anime a explicar por qué.

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