lunes, abril 02, 2007

Un final abierto

Antonio, Conde de Penela, acude a Avero atraído por la fama de las dos hijas del Duque del lugar. Cuando las ve queda perdidamente enamorado de la pequeña: Serafina. Para estar cerca de ella oculta su personalidad y su alcurnia y consigue el trabajo de secretario del Duque.
A Serafina no parecen atraerle mucho los hombres y sólo el teatro le interesa. En el jardín del palacio ensaya una comedia vestida de hombre (vestirse de hombre parece que le produce especial satisfacción). El único testigo del ensayo iba a ser Juana, su dama de compañía y prima de Antonio; pero esta, actuando como cómplice de su primo, le esconde entre unos arbustos para que pueda contemplar a su ángel travestido. Con él se esconde también un pintor que la retrata vestida de hombre.
Cuando algo después, Antonio se declara y revela su verdadera identidad, Serafina le rechaza indignada y le reprocha su fingimiento y su doblez. Antonio, despechado, arroja al suelo el retrato que tenía de ella –el que le había hecho el pintor vestida de hombre- y se marcha furioso. Serafina lo recoge intrigada, no se reconoce y queda admirada de la belleza del retratado y del parecido que tiene con ella. Le pregunta a Juana por él, pero esta, que se da cuenta de que no se ha reconocido, no le aclara nada y la dirige hacia Antonio. A pesar de que poco antes estaba tan digna y enfadada y no quería saber nada de él, ahora va zalamera a sonsacarle quién es el retratado. Antonio le atribuye una identidad falsa aunque de un personaje real: don Dionís, noble portugués caído en desgracia. Serafina, totalmente enamorada de sí misma, le suplica que le sirva de intermediario con el desgraciado noble y le pida que acuda esa noche a su habitación. Por la noche, don Antonio, fingiéndose don Dionís, consigue a la esquiva y orgullosa Serafina.
El encuentro se descubre con escándalo. [El escándalo es doble porque esa misma noche Magdalena, la encantadora hermana mayor, había tenido también su cita con el verdadero don Dionís y todo se descubre al mismo tiempo.] Pero sendas bodas lo solucionan todo.
Y así termina la historia tal y como la cuenta Tirso de Molina en El vergonzoso en palacio. Parece el típico final cerrado de las comedias del siglo de oro: el matrimonio, que cierra todas las tramas porque acaba con todo lo digno de ser contado.
*
Sin embargo, este matrimonio cautiva mi imaginación. Cómo va a ser la relación entre estos dos cónyuges: Serafina, orgullosa y narcisista, que ha sido engañada y puesta en ridículo delante de toda la corte por el que ahora es su marido, y Antonio, lleno de deseo aunque no de amor. (No le ha movido el cariño sino el deseo y, con él mezclados, el resentimiento por el rechazo y las ganas de revancha).
Su relación matrimonial casi con seguridad se va a convertir en una lucha en la que las principales ventajas parecen estar del lado de Antonio. La primera y fundamental es la situación social de la mujer en la época: poco más que una propiedad de su marido. Pero además, Serafina ha perdido otra ventaja, la de la superioridad moral: ya no podrá afear a Antonio su doblez cargada de dignidad, porque su comportamiento se ha apartado también, y en mayor medida, de los cánones de la época. Y, quizá lo peor para su narcisismo, ha sido engañada y toda la corte de Avero lo sabe: es difícil seguir siendo “la portuguesa cruel” (como en algún momento le había llamado Antonio) después de hacer el ridículo.
La única baza que le queda a Serafina es su belleza y el deseo que provoca en Antonio. Antonio ha gozado por una noche (gracias a un engaño) de una Serafina entregada y quizá ese recuerdo haga que no se conforme con una Serafina únicamente obediente a los deberes conyugales.
No sé si fue la intención de Tirso, pero el final es abierto y sugerente. Una vez acabada la lectura, mi imaginación se llena de ensoñaciones.

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