martes, junio 06, 2006

Primos hermanos

Entre las lecturas que más me han impactado algunas no son obras literarias. Una de ellas es Primos hermanos de Roger Fouts. Es uno de esos libros cuya lectura te cambia. (Al terminarlo algunas de nuestras creencias más sólidas habrán recibido un duro golpe.)
En el libro se cuenta la historia de un grupo de chimpancés a los que se les enseña uno de los leguajes gestuales de los sordomudos. El mero relato de las vidas de estos chimpancés que aprendieron a hablar, tan iguales a nosotros, nos obliga a replantearnos preguntas fundamentales como qué es el hombre y qué le está permitido y qué no.
La historia de cualquiera de ellos es una estremecedora tragedia. Criados como niños, se creen humanos, pero no van a poder vivir como tales y sus madres humanas los van a abandonar. Crecen y nadie sabe qué hacer con estos juguetes rotos de la ciencia. La mayoría de ellos va a tener tristísimos finales.

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Cuento una de estas historias.
El psicólogo clínico William Lemmon, director del Instituto para el estudio de los primates de Oklahoma proponía a sus pacientes, como terapia, la adopción de bebés chimpancé. Ally, fue uno de esos bebés. Su madre adoptiva humana le bautizó y le enseñó a hacer la señal de la cruz. También aprendió el lenguaje de los sordomudos (Robert Fouts acudía a darle clases particulares). Por su habilidad para el lenguaje tuvo un momento de fama y fue una de las estrellas de un reportaje que la revista Life publicó sobre estos chimpancés que hablaban. Ally era simpático, extrovertido, hiperactivo... y Ally se creía un ser humano.
Cuando tenía cuatro años su madre adoptiva se casó y ya no hubo sitio en su vida para Ally. Se decidió incorporarlo al grupo de chimpancés (cuatro en ese momento) con los que Fouts llevaba a cabo su estudio sobre el aprendizaje de un lenguaje humano por parte de simios. Estos cuatro chimpancés vivían en una pequeña isla dentro del Instituto de Lemmon. Para hacerle menos traumático el cambio, antes de la mudanza definitiva, visitaron la isla. Ally acudió todo contento de la mano de Fouts, como un niño al que llevan al zoo (él era humano, los chimpancés de la isla eran animales); Washoe (una de las chimpancés, la primera que había aprendido el lenguaje de los sordomudos) se dirigió a él en este lenguaje y, en palabras de Fouts, debió ser como si a uno de nosotros nuestro perro nos dirigiera unas palabras; Ally pego un grito de terror y sufrió un ataque de pánico. Lemmon tomó una rápida decisión: “dile que se va a quedar aquí y que nunca volverá a ver a su madre.” Ally se hundió en una profunda depresión y durante treinta días Fouts y uno de sus estudiantes tuvieron que llevarlo en brazos y no pudieron dejarlo solo ni un instante. Con mucha dificultad se fue recuperando y pasó a formar parte del grupo de chimpancés de la isla.
Con el avance de la investigación se decidió estudiar si los chimpancés transmitirían este lenguaje a una nueva generación sin ninguna intervención humana. Como pareja de Washoe se eligió a Ally. Tuvieron un hijo pero enfermó y acabó muriendo. (Washoe, a quien habían quitado su hijo para tratar de curarlo, a todo el que se acercaba le pedía insistentemente “traer bebé, traer bebé”). El experimento continuó y acabó con éxito, se consiguió que Washoe y Ally adoptaran un bebé chimpancé y este aprendió un lenguaje humano que ningún humano le había enseñado.
Sin embargo, la historia termina muy mal. Lemmon, que era el dueño de Ally (afortunadamente no el de Washoe), decidió deshacerse de su sección de chimpancés y los vendió para la experimentación médica. A Ally le inocularon el sida y murió en un laboratorio encerrado en una jaula.

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El libro, sin embargo, no es sólo una biografía de estos chimpancés, en él se nos enseña del ser humano, de la ciencia, de la ética, del lenguaje, de la educación... Cada uno de estos aspectos quizá mereciera un comentario detallado.

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