jueves, mayo 18, 2006

Un bello vampiro

La enfermera era la diosa Venus.
Sin embargo, se dirigió a mí toda azarada y farfulló unas palabras incoherentes. (Creo que pretendían ser un comentario ligero para tranquilizarme, pero era evidente que era la primera vez y lo que le salió fue un entrecortado y apenas audible poema dadaísta.)
Pinchó una, dos, tres veces, cuatro... me hizo cerrar la mano, abrirla..., pero de mi brazo no salía ni una gota de sangre. La suya, por el contrario, acudió toda a su rostro que se cubrió de un rubor que elevó su belleza hasta límites inimaginables. Yo, arteramente, la miraba tratando de aparentar preocupación, aunque en mi fuero interno pensaba que podía cortarme el brazo y trocearlo a cambio de ser tan guapa, estar tan avergonzada y darme la oportunidad de contemplarlo.
Atraída por sus miradas de angustia y desamparo llegó otra enfermera más experimentada y, siguiendo sus instrucciones, mi bello vampiro encontró una vena y durante unos interminables (para ella) segundos, casi gota a gota, fue saliendo sangre apenas suficiente para llenar la ampolla. Terminó y se despidió con una sonrisa que era una modesta petición de disculpas.
Al día siguiente, mi brazo parecía el de un yonqui, pero, ¿a quién le importaba?

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