viernes, agosto 25, 2006

La noche del oráculo

Esta entrada quizá debería haber sido un comentario a la de un hombre sentado en una silla Leyendo a Auster, o de la desmitificación de un autor. Pero mi lentitud y mi pereza me impidieron, como tantas veces, escribirla a tiempo.

Yo tampoco había leído nada de Auster y también a mí los elogios que se le dedicaban (en mi caso fueron los comentarios de Kafkaprocesado y Buttercup) me indujeron a ello. Pero, más vago, sólo he leído un libro, el que me recomendó el librero (a lo mejor era el que tenía disponible): La noche del oráculo.

La impresión que me produjo coincide básicamente (creo) con la de Portorosa: una agradable lectura, pero no demasiado trascendente. Sin embargo, hay entre las historias que se entrelazan en el libro una magnífica. Es una fábula malvada.

Un hombre lleva una vida seria y razonable, está casado desde hace cinco años y, aunque no es muy consciente de ello, ya no es feliz en su matrimonio. Un día conoce una mujer de la que se enamora perdidamente y ese mismo día una cornisa que se desprende de un edificio no lo aplasta por apenas unos centímetros. En ese momento su visión del mundo cambia (“como si alguien hubiera destapado la tapa de los mecanismos que rigen nuestra existencia”). Se da cuenta de que la vida está gobernada por el azar y no por el orden y la previsión, y decide acordar su manera de vivir a las verdaderas leyes del mundo. Abandona, sin dejar otro rastro que un mensaje declarándo su loco amor en el contestador automático de la mujer que acaba de conocer, su casa, su mujer y su vida. La cual, efectivamente, va a ser dirigida por el azar. Aunque sólo por un par de semanas. Fatales casualidades le dejan encerrado en un refugio antiatómico, donde nadie sabe que está, de donde no puede salir y donde sin duda va a morir, mientras su mujer legal y la otra, a la que ama, le buscan ansiosamente.

La maldad de esta fábula me parece propia de un gran escritor.

A parte de esto, creo que Auster domina el oficio y la novela está construida de una manera perfecta. Aunque, de las diversa historias tan bien ensambladas, la única que me interesó de verdad fue la resumida anteriormente.

Portorosa, en su comentario, añade que los novelistas americanos reflejan un mundo que para él es absolutamente extraño. Anoto dos detalles que para mí lo son.
Primero. El malo de una de las historias es un drogadicto cuya maldad no parece requerir justificación. Creo que en España un drogadicto nunca sería un malo sin causa. (Una señora del barrio de Salamanca, quizá, pero un drogadicto, no.)
Segundo. El asombro de los productores de una serie de tv ante el hecho de que el escritor protagonista escriba un guión (por cierto, muy malo) sin tener la seguridad de que lo va a cobrar. Si en España sólo escribieran los que piensan sacar dinero de sus escritos, nadie escribiría.

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