domingo, agosto 13, 2006

El pino

Nada más llegar a casa este verano noté el enorme hueco que había en el jardín. Habían talado uno de los dos primeros pinos que plantó mi padre.

*

Cuando compró la parcela hace cuarenta años, mi padre planificó todo como un dios creador: aquí la casa, orientada al sureste; allí, el pinar; en este otro lado, la piscina; ahí, la pista de tenis... Para dar sombra a la terraza del noroeste (entonces inexistente), un par de pinos insignis.
Este par de pinos fue la primera transformación real de los cuatro mil metros cuadrados de retama y romero con algún enebro y alguna raquítica encina, que constituían la parcela. Los plantó con la seriedad que hacía todo: estudió libros de jardinería (todavía los conservo), cavó los hoyos con sus propias manos y dejó que se airearan durante un mes y, por último, entre la puesta de sol y la oscuridad de la noche, plantó los árboles en tierra negra y húmeda. Prendieron y crecieron majestuosos. Y mi padre vio que eran buenos.

*

A pesar de su clara inteligencia, casi todas sus decisiones de los primeros momentos resultaron equivocadas: la casa quedó pequeña ya antes de ser construida (era pequeña para los cinco hermanos que éramos entonces, y pronto fuimos siete... y siempre hubo amigos e invitados y, después, nietos); los árboles eran demasiados y (con el tiempo) demasiado grandes; la pista de tenis quedaba en el zona más calurosa y el sol del ocaso cegaba a uno de los jugadores por las tardes y el sol del amanecer al otro por las mañanas (la vegetación acabó creciendo por las grietas del cemento y, cuando ya había en ella dos enebros, la reconvertimos en un jardín dentro del jardín)... y los pinos, los dos pinos primeros, quedaron demasiado alejados y no protegieron del sol a la terraza sino a la piscina, que acabó cubierta por un dosel de enormes ramas que la llenaban de sombra y agujas.

*

Crecimos y, todo listillos, le echábamos en cara a mi padre muchas de sus equivocaciones y en algún momento le propusimos talar los dos pinos primeros para dar sol y luz a la piscina (y quitarle agujas). Recuerdo que medio en broma me dijo que por encima de su cadáver, que los había plantado con sus manitas y que esos pinos no se tocaban mientras él viviera.
Luego mi padre murió y el hueco que dejó no se puede llenar y desde entonces el mundo ha quedado a la deriva y sin dirección.
Daba por hecho que nunca cortaríamos esos pinos, recuerdo vivo de mi padre muerto. Sin embargo, la procesionaria mató la mitad de uno de ellos y muchas de sus ramas se convirtieron en esqueletos de brazos que acababan en un largo y descarnado dedo corazón que apuntaba al cielo, y mi madre, la más fetichista de las personas, que ve siempre en los objetos el alma de quienes se han relacionado con ellos, decidió cortarlo, y dar luz y quitar agujas a la piscina.
Y, después de la sorpresa inicial, pienso que está bien. El recuerdo de mi padre, ahora presente en casi todo, se irá difuminando, como una onda en el agua, y acabará desapareciendo como desapareceremos los que le conocimos.
Aunque el mundo ya siempre permanecerá a la deriva.

Etiquetas:

eXTReMe Tracker Creative Commons License