lunes, mayo 08, 2006

Una infidelidad

A veces no vemos lo que tenemos delante de los ojos. Pero cuando una realidad velada durante años se nos desvela, es imposible ponerle otra vez el velo.
Con la edad, mi mujer y su hermana han llegado a parecerse. Ahora las dos son rubias con mechas y canas, las dos conservan una figura juvenil que las iguala y a las dos las ha mejorado el tiempo (sobre todo a mi cuñada, que era la menos guapa).
El otro día cocinaban algo una al lado de la otra. Mi cuñada llevaba ropa de mi mujer (un polo crema y unas ajustadas mallas negras que he visto en su cuerpo infinidad de veces) y el pelo recogido en una coleta como suele hacer ella.
Me acerqué a decirles algo y le di un azote a la que creí mi mujer... e inmediatamente noté que me había equivocado. Aquella nalga no tenía la consistencia habitual: no era tan dura y firme, pero tenía una morbidez delicada que se adaptó relajada a la forma de mi mano.
Estallaron las carcajadas, pero mi cuñada reía divertida, con una risa limpiamente alegre, y mi risa mostraba bien a las claras mi azoramiento y confusión. Mi mujer también reía, aunque no sé si se dio cuenta de todos los detalles.
Desde entonces (y de esto ya hace tres días) la confusión no me ha abandonado. El cuerpo de mi cuñada ha cobrado una realidad y una presencia que antes no tenía y no puedo tratarla sin pensar en ese culo cuyo tacto y peso ya conozco.

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